Por Luis Manuel Arce Isaac
Ciudad de México, 27 may (Prensa Latina) El viejo Popo, como los originarios les dicen al volcán Popocatépetl, o Don Goyo el resto de los mexicanos, está enojado, y por eso ruge como león y vomita fuego como dragón.
Según los indígenas que habitan sus faldas, el Popo tiene sus razones porque este 12 de marzo fue ignorado y nadie subió a su «boca» a llevar regalos y comida, bailar y hacer rituales por su cumple, como hacen más de 730 mil años quienes le quieren y le temen al mismo tiempo.
Eso no sucedió ni siquiera en 2020 y 2021 cuando la pandemia de Covid-19 mataba a muchos descendientes de aquellos originarios que preferían cualquier cosa menos faltarle respeto a su imperio, y llenaban sus altos bordes de regalos y ofrendas y danzaban cerca de su domo incluso aunque estuviera exhalando cenizas.
Pero este año el ritual se rompió porque la asistencia no fue masiva como se acostumbra, y temen que ello sea el inicio de un olvido mortal de las nuevas generaciones que aparentemente la modernidad aleja de sus raíces. Una dramática alerta, consideran.
Los indígenas de Puebla se quejan ante las cámaras de la televisión, casi lloran, y detrás de sus vidriados ojos aparece la angustia de que esté tomando cuerpo una fobia a lo pretérito y la historia sea ahogada por una modernidad que ven de cara hermosa por su arquitectura y formas de producir, y por dentro el monstruo devorando de la cultura ancestral que hizo grande a México.
Están muy preocupados y así se lo dicen a los reporteros que van hasta las faldas del gigante a hablar con ellos entre cenizas que luego son lodos, y les explican que -contrario a gran parte de los poblanos- ellos no tienen preparadas las mochilas para evacuar, y seguirán al lado del Popo porque no les hará daño, y así apaciguar su justificado enojo.
Parece contradictorio, porque hoy sábado 27 el Don Goyo madrugó rebelde, rugió tan fuerte que produjo intensos tremores y su aliento de fiebre se sintió lejos, a más de 12 kilómetros a la redonda, y hasta lanzó fragmentos encendidos como si gritara de dolor por el inexcusable olvido.
El centro de monitoreo Tlamacas avisó a la gente para que se resguardara de la expulsión de material incandescente mientras en su cúspide brillaban las fumarolas como si las lenguas de fuego danzaran en aquelarre infernal y amenazaran bajar las laderas en un juego caótico de lava, como hizo 22 años atrás.
En aquel tiempo, como empezaría el Nuevo Testamento, el Popo despertó el 22 de enero de 2001 con una furia descomunal, mucho más atemorizador que hoy, y erupcionó de tal manera que provocó un sismo volcanotectónico de magnitud 2,8.
Así dio inicio a la actividad volcánica con una columna de humo y cenizas entre 8 a 13 kilómetros de altura, flujos piroclásticos y flujos de lodo, que asustó a todo el valle de México y también al otro lado de su cordillera.
Hoy sábado, cuando todos esperaban que Don Goyo calmara su enojo y los niños pudieran regresar el lunes a sus aulas, y los más asustados desarmar sus mochilas listas para la evacuación, volvió a rugir de nuevo con gritos furioso y desgarradores, y a vomitar fuego nuevamente desde el fondo de sus entrañas, un caldero del Diablo.
Esto obligó a mantener en amarillo el semáforo de alerta volcánica y con ello las medidas de emergencia que rigen desde hace más de una semana en Puebla, aunque para un poco de tranquilidad, el Centro Nacional para la Prevención de Desastres dijo que hay una disminución en la caída de ceniza en Morelos, Estado de México, Tlaxcala y la Ciudad de México, aunque sigue prohibido acerarse al volcán.
La moraleja de esta impresionante reacción de El Popo la ha repetido mil veces el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador:
«No olvidar de donde venimos para saber hacia dónde vamos», y «la cultura de México es la que nos ha permitido salir victoriosos», no solamente en la batalla contra el egoísmo pueril y los vicios de la modernidad, sino contra la naturaleza cuando esta se enemista con el hombre.